miércoles, 3 de diciembre de 2014

La Luna Ciega. (Cuento)

Pancho había salido del Consejo Agrario muy molesto. Las decisiones tomadas ese día le perjudicaban en sus cultivos, y no daba cabida como un grupo de “vendidos” como les llamaba el, cayeron en las garras de los contratos de aparcería que una trasnacional los encamino a firmar.

Se había hecho noche. Su linda niña Laurita, de apenas 6 años, lo esperaba junto con su pequeño morral de víveres al lado de la bodega que se usaba para las reuniones. En su morral había una manzana roja, que ella siempre separaba para su padre, porque eran las que más le gustaban.

Enojado al salir de aquella Bodega olorosa a Sorgo, insto a Laurita que se apurase tan solo con mirarla.

Laurita sabía que algo había pasado. Su “papito”, como ella le decía, nunca le hacia esos gestos. Preocupada por su temperamento, trataba de hacerle plática apenas a la salida del pueblo. El largo trayecto a su rancho estaba cubierto por veredas estrechas que de vez en cuando, hacían un pequeño claro de pastizal.

-          Papito. ¿Quieres una manzana?

Pancho, pensando aun sobre todo lo que se había dicho en la junta del Consejo, no había escuchado la suave voz de la pequeña.

Laurita caminaba a paso veloz por las zancadas de su padre, que preocupado por el futuro de su familia, no dejaba de mirar el suelo un tanto para no perder pisada, y otro, cegado aun por la ira.

De pronto, Laurita escucho un sonido en uno de los claros que acompañaba la brecha por la que transitaban. Volteo para ver qué es lo que provocaba el sonido pero no tuvo éxito en su observación. Al paso, volvió a escuchar el sonido, parecido del caminar de algún animal, esta vez provenía de la misma brecha pasos atrás. Tranquila y sin inmutarse, solo volteo pensando a lo tan acostumbrada que estaba, de la vida animal de la zona.

-          Papito, ¿Quieres tu manzana?

-          Si Mija.

Pancho esta vez la había escuchado. Al meter la niña su manita al morral, busco entre los víveres la manzana roja. Para no confundirse en medio de la oscuridad, alzo su mano para que la luna le diera un poco de luz. Al corroborar el color de la manzana, se la dio a su papa con una dulce sonrisa que a pesar de la oscuridad, se sentía en el ambiente expedida de la silueta de la pequeña.

Una vez más se escuchó el ruido, esta vez fue justo detrás de ella que al voltear de forma rápida, noto que un perro mediano los acompañaba por la brecha.

Por la sorpresa del reciente ruido, Laurita no había notado que a su papa se le había caído la manzana, a lo que Pancho no hizo nada por mencionarle.

Así, caminaron por más de media hora, Laurita platicándole a su padre lo que había observado mientras esperaba a las afueras de la Bodega. La gente que pasaba, los detalles que observo, y sobre todo con su voz alegre, le comentaba su sentir de lo lindo que era visitar el Pueblo, sobre todo aunque no lo especifico, porque la gente la mimaba mucho.

Llegaron al Solar de su padre, donde un poco impaciente su madre los esperaba. Al verla, Laurita corrió hacia ella para abrazarla, cuando esta miro alrededor.

-¿Y tú papa Mija?

-Ahí viene…

La niña apunto hacia los matorrales, donde el perro que la había acompañado junto con su “padre”, miraba a madre e hija.

Prontamente oscureció en su totalidad. Una fina nube había cubierto la poca luz de luna que cubría el monte.

-          Mira mami, la luna, es como si se quedara ciega.

Con un nudo en la garganta, un poco solloza, su madre al ver que el perro que se adentraba al monte, sintió un escalofrió al darse cuenta de lo que sucedía, y le menciono a su hija con toda la tranquilidad que pudo.

-           No Mija, fue tu padre quien te trajo hasta mí. El ya no regresara, mañana lo buscaremos.

Pancho había muerto de un infarto al primer mordisco de aquella manzana roja.

... 

Pablo tocaba la puerta de su prometida. Lucia se llamaba la chica, la cual él se había enamorado desde joven. No se había atrevido a invitarla a salir ya que habían crecido juntos desde la infancia, su temor a confundir el amor carnal al de la amistad lo mantuvo cauto todo ese tiempo hasta que un día, en la feria del Pueblo, Doña Cleo al verlos juntos les menciono que hacían una linda pareja. En aquella ocasión Pablo noto el sonrojo de las mejillas de Lucia, fue esa la señal la que hiciera que se atreviese a jurarle amor eterno.

Nadie abría la puerta. La casa que habitaba Lucia, perteneciente a sus tíos quien le daban cobijo, debido a que sus padres habían muerto años atrás en una crecida del Rio. La vivienda yacía solitaria.

Las calles del Pueblo solo eran transitadas por algunos perros que iban de un lado a otro. Pablo se sentía muy solo sin la presencia de la mujer,  a quien le extrañaba por qué no se encontraba en su hogar.

Horas antes, habían tenido una discusión sobre la planeación de la boda. No era en si la organización del evento, sino la selección de invitados, donde Lucia le hacía hincapié a Pablo que deberían de invitar a Roberto, un viejo amor de su adolescencia. Pablo se mostraba renuente por celos machistas, enmarcado con un poco de orgullo de evocar, quien sería el hombre de la casa a partir de que su novia había aceptado contraer matrimonio.

Se sentó en el pórtico de la vivienda encendiendo un cigarrillo. Pasaron los minutos que se le hicieron una eternidad. Observando a los perros que pasaban de un lugar a otro en la calle, uno de ellos, un Pastor Alemán Blanco se sentó junto a él por el largo rato que espero a su prometida.

Después de una hora, una silueta se dejó ver al fondo de la calle. El caminar de un individuo se perdía entre las sombras que no iluminaban las farolas. Acercándose poco a poco, Pablo opto por encender un cigarrillo más, mientras la silueta se acercaba. Fue hasta que el individuo se encontraba a no más de 15 metros, cuando se dio cuenta de quién era. Se trataba de aquel hombre que le provocaba los celos para con su amada, Roberto.

Se levantó inmediatamente saliéndole al paso. Con voz enérgica, sin haber tenido ningún problema con Roberto antes, lo encaro.

-          ¿Qué chingados estás haciendo aquí?

-          Vengo a presentar mis respetos.

-          ¿Cuáles pinches respectos cabron?

Pablo le propino un golpe en la mandíbula. Roberto doblo sus piernas cayendo al suelo sin poder responder la agresión. Al verlo ahí, indefenso, Pablo se preparó para darle una patada en la cabeza cuando el Pastor Alemán lo alcanzo a morder en su pierna, logrando perder este el equilibrio cayendo también al suelo. De pronto, las farolas de la calle empezaron a parpadear como si hubiese una  falla eléctrica en la zona. A Pablo se le hizo raro manteniéndose en el suelo, hasta que se apagaron por completo.

Solo la luz de la luna iluminaba la calle. Pablo alcanzo a mirar al Pastor Alemán quien permanecía sentado a pocos metros y lo miraba fijamente. Fue en ese instante, que pedro sintió una paz en su entorno. El perro se le comenzó a acercar, hasta lamerle el rostro. Extrañamente, el perro siguió su caminar y acaricio también el rostro de Roberto, quien apenas se recuperaba del golpe. Mientras observaba Pablo la escena, el perro comenzó a retirarse a paso medio, perdiéndose en la oscuridad, que en ese instante se hacía presente, porque una capa de nubes tapaba la luz de la Luna.

Lucia se había ahorcado esa noche, sus familiares la habían llevado urgentemente con el medico del Pueblo, donde todos los vecinos se encontraban esperando respuesta de sus condiciones. Había muerto. En su vientre, yacía el hijo de Roberto.

...

Roberto camina a casa de Lucia. Triste, cabizbajo; se dirige a dar sus respetos. Un aviso a la puerta de su casa mientras cenaba lo insto a levantarse. Una mujer, de algunos 40 años, le llamo solo para avisarle que Lucia se había suicidado.

Mientras caminaba por la calle Aldama, no daba crédito del porqué del actuar de Lucia, el tan solo se había acostado con ella un par de meses atrás, como recuerdo de su viejo noviazgo. Fumaba un cigarrillo el cual no fue de su total agrado, tirándolo sobre la calle a medio usar.

Mientras tanto en el bosque, una camioneta surca a gran velocidad entre la terracería. Se dirige camino al Pueblo. Se trata de la camioneta de José, una Ford 150 modelo 85. A lo lejos, su andar solo se distingue por el fuerte zumbido del motor un poco ahogado por el sonido de la hojalatería, que está a punto de caer a tanto traqueteo.

-          Dele despacito Mijo.

-          No Doña, mi huerco ya está a punto de nacer, mi chaparra se me va. ¿Que no entiende?

José había ido por una partera a la campiña del Pueblo, el Médico de cabecera cuando fue a su búsqueda, no se encontraba, le habían llamado de urgencia por una ahorcada.

La Ford 150 era un vehículo viejo y no contaba con luces, la blancura del camino empedrado, resaltaba aún más en la oscura noche por el resplandor de la Luna. Ello fue lo que llevo a José a tener la confianza suficiente para llegar a su hogar, donde su mujer convalecía con un fuerte sangrado mientras entraba en labor de parto.

La entrada del pueblo ya estaba a su paso, ello no provoco que aminorara la velocidad, al contrario, acelero más la Ford con la seguridad que le brindaba la luz de las farolas.

-          Ya vamos a llegar, dele despacito Mijo.

José conducía como si estuviera solo. Lo único que mantenía su mente era su esposa y que todo saliera bien para con su hijo.

Sobre la calle Aldama, un perro quien iba caminando a paso medio, se detuvo a oler un cigarrillo que yacía a punto de acabarse. José, no lo alcanzo a mirar de lejos, volteando repentinamente el volante al darse cuenta que lo atropellaría. La estrecha calle lo hizo impactarse contra un poste provocando la volcadura de la camioneta.

La partera yacía muerta. El poste de la cabina se le había enterrado en el cráneo en el impacto. José, recuperándose del ajetreo de la volcadura, trataba desesperadamente que reaccionara la mujer, su esposa podría morir desangrada y su hijo estaba por nacer.

Cojeando, camino a duras penas las pocas casas que le quedaban para llegar a su hogar. Las farolas comenzaron a parpadear cuando ya enfrente de la vivienda, un tronido fuerte en la rodilla izquierda hizo que callera al suelo. Las nubes cubrieron el resplandor de la Luna.

-          ¡SOLEDAD!

José llamo a su esposa. Desesperado al no escuchar nada al interior del hogar, e imposibilitado de moverse, sabía que había llegado el fin de sus seres queridos.

-          ¡SOLEDAAAAAD!

José, con un nudo en la garganta, comenzó a llorar. De pronto, el llanto de un bebe se escuchó al interior de la vivienda, seguido del grito de su mujer, Soledad.

-          ¡JOSEEEE! Ven a ver a tu huerco. ¡Si vieras que chulo salió!


José, ahora convertido el llanto en alegría, se arrastraba al interior de su vivienda para juntarse con su familia.