viernes, 16 de diciembre de 2011

Pueblo Embrujado. Capítulo 2. La casa.


En el pueblo empecé a buscar una casa de renta. Las noches en el Motel ya me habían hartado un poco debido a la insalubridad. Una de sus camas tenía el resultado del desvirgo de una chica de la zona.

Estuve visitando varias casas. Había una a un precio módico de no más de 2 mil pesos muy grande. De estilo americano era inmensa. Para vivir solo por un largo tiempo era como una mansión por la soledad que me esperaba. No pude localizar al rentero y la descarte por completo. Días después me entere que supuestamente pertenecía en su tiempo a Amado Carrillo, el Sr. de los cielos.

Todo mundo se portaba muy amable, no tanto por que fuera Regio, sino porque era Norteño. Existía una camaradería especial para con los Norteños. Las gordas inmensas de poco más de 30 centímetros hechas por una mujer de edad avanzada maldiciente era común en los hogares de Nacozari. La palabra “verga” era de uso cotidiano de las mujeres locales. A pesar de su cultura no estaban muy lejos de la realidad esas costumbres. Jovencitas pubertas de no más de 13 años se me lanzaban en busca de una relación formal. Quizás por ser foráneo para salir de ese pueblo sin mucha vida, donde su mayor entretenimiento era el juego de Beisbol dominical y su table llamado El Splash, repleta de los hermosos traseros sonorenses.

Entre conocidos del restaurant y de boca en boca di con una casa. Esta se encontraba en las faldas de un cerro que le daba la espalda a la escoria de la Mina más vieja de la zona. Antiguamente el cerro se usaba como panteón de los indios locales, quienes enterraban a sus difuntos de cuclillas a poca profundidad colocándoles piedras encima para evitar la rapiña de los animales.

La casa era grande para mis necesidades. Tenía una gran sala que era dividida por una barra que separaba la cocina. A lo largo se encontraban tres cuartos de 4 x 5. Me establecí y puse como el lugar ideal para dormir el cuarto de en medio. Hice las compras de lo más básico, un televisor, una parrilla y un tanque de gas L.P. Instale el Fax y mi computadora en la barra de la cocina y comencé a hacer mis estudios del proyecto.

Pasaron los días y me era muy recurrente que al cocinar se me apagaba la flama de la parrilla. Me dije en su momento que era normal, alguna falla en la válvula o una corriente de aire. Tome mis medidas sobre la corriente de aire y no había ninguna. La casa estaba por completo sellada. La situación era muy recurrente y pensé que se trataba de algo como que hecho adrede. Mi pensamiento vino ya que siempre que me distraía era cuando se apagaba, no cuando movía el sartén mientras cocinaba. Siempre al voltear y distraerme como ver el televisor o haciendo otra cosa.

Las noches en Nacozari son muy frías por el desierto. Es por ello que calentaba en la parrilla  el agua con la que me bañaría. Siendo domingo y sin tener ninguna tarea referente al proyecto me avoque a hacer una prueba. Calenté el agua y me le quede viendo a la flama por horas mientras degustaba de uno que otro cigarrillo. Me dio la urgencia de ir al baño a hacer mis necesidades. Cuando regrese aquella flama que espere con ansias por horas ver apagarse ya lo estaba.  

Ahí pensé definitivamente que algo mal estaba sucediendo. Los fenómenos fueron recurrentes. Un día desperté y frente a la puerta del cuarto estaba un alacrán aplastado, como si alguien lo hubiese matado por accidente o no. Nadie había entrado a la casa y yo estaba más que seguro que no lo había matado por accidente ya que hubiese sentido el tronar del mismo.

Al distraerme un poco mientras hacía alguna tarea dirigía la vista desde la ventana de la casa, paralela al patio y a los tres cuartos, donde por la altura de la vivienda por la montaña en la que me encontraba, divisaba las casas de los vecinos de enfrente 5 casas debajo de la mía.

Una ambulancia recogía por las mañanas a una viejita vestida de negro sacada en camilla del domicilio. Pasaron los días y me era común que cuando me distraía solo así, cuando me distraía de mis quehaceres me dirigía a la ventana y cada vez que lo hacía, me topaba con esa escena, ya sea que la recogieran o que la dejasen.

Serian largos los días que venían por delante.