Pancho había salido del Consejo Agrario muy molesto. Las decisiones tomadas ese
día le perjudicaban en sus cultivos, y no daba cabida como un grupo de
“vendidos” como les llamaba el, cayeron en las garras de los contratos de
aparcería que una trasnacional los encamino a firmar.
Se
había hecho noche. Su linda niña Laurita, de apenas 6 años, lo esperaba junto
con su pequeño morral de víveres al lado de la bodega que se usaba para las
reuniones. En su morral había una manzana roja, que ella siempre separaba para
su padre, porque eran las que más le gustaban.
Enojado
al salir de aquella Bodega olorosa a Sorgo, insto a Laurita que se apurase tan
solo con mirarla.
Laurita
sabía que algo había pasado. Su “papito”, como ella le decía, nunca le hacia
esos gestos. Preocupada por su temperamento, trataba de hacerle plática apenas
a la salida del pueblo. El largo trayecto a su rancho estaba cubierto por
veredas estrechas que de vez en cuando, hacían un pequeño claro de pastizal.
-
Papito. ¿Quieres una manzana?
Pancho,
pensando aun sobre todo lo que se había dicho en la junta del Consejo, no había
escuchado la suave voz de la pequeña.
Laurita
caminaba a paso veloz por las zancadas de su padre, que preocupado por el
futuro de su familia, no dejaba de mirar el suelo un tanto para no perder
pisada, y otro, cegado aun por la ira.
De
pronto, Laurita escucho un sonido en uno de los claros que acompañaba la brecha
por la que transitaban. Volteo para ver qué es lo que provocaba el sonido pero
no tuvo éxito en su observación. Al paso, volvió a escuchar el sonido, parecido
del caminar de algún animal, esta vez provenía de la misma brecha pasos atrás.
Tranquila y sin inmutarse, solo volteo pensando a lo tan acostumbrada que
estaba, de la vida animal de la zona.
-
Papito, ¿Quieres tu manzana?
-
Si Mija.
Pancho
esta vez la había escuchado. Al meter la niña su manita al morral, busco entre
los víveres la manzana roja. Para no confundirse en medio de la oscuridad, alzo
su mano para que la luna le diera un poco de luz. Al corroborar el color de la
manzana, se la dio a su papa con una dulce sonrisa que a pesar de la oscuridad,
se sentía en el ambiente expedida de la silueta de la pequeña.
Una
vez más se escuchó el ruido, esta vez fue justo detrás de ella que al voltear
de forma rápida, noto que un perro mediano los acompañaba por la brecha.
Por
la sorpresa del reciente ruido, Laurita no había notado que a su papa se le
había caído la manzana, a lo que Pancho no hizo nada por mencionarle.
Así,
caminaron por más de media hora, Laurita platicándole a su padre lo que había
observado mientras esperaba a las afueras de la Bodega. La gente que pasaba,
los detalles que observo, y sobre todo con su voz alegre, le comentaba su
sentir de lo lindo que era visitar el Pueblo, sobre todo aunque no lo
especifico, porque la gente la mimaba mucho.
Llegaron
al Solar de su padre, donde un poco impaciente su madre los esperaba. Al verla,
Laurita corrió hacia ella para abrazarla, cuando esta miro alrededor.
-¿Y
tú papa Mija?
-Ahí
viene…
La
niña apunto hacia los matorrales, donde el perro que la había acompañado junto
con su “padre”, miraba a madre e hija.
Prontamente
oscureció en su totalidad. Una fina nube había cubierto la poca luz de luna que
cubría el monte.
-
Mira mami, la luna, es como si se quedara ciega.
Con
un nudo en la garganta, un poco solloza, su madre al ver que el perro que se
adentraba al monte, sintió un escalofrió al darse cuenta de lo que sucedía, y
le menciono a su hija con toda la tranquilidad que pudo.
-
No Mija, fue tu padre quien te trajo hasta mí. El ya no regresara, mañana
lo buscaremos.
Pancho
había muerto de un infarto al primer mordisco de aquella manzana roja.
...
Pablo
tocaba la puerta de su prometida. Lucia se llamaba la chica, la cual él se
había enamorado desde joven. No se había atrevido a invitarla a salir ya que
habían crecido juntos desde la infancia, su temor a confundir el amor carnal al
de la amistad lo mantuvo cauto todo ese tiempo hasta que un día, en la feria
del Pueblo, Doña Cleo al verlos juntos les menciono que hacían una linda
pareja. En aquella ocasión Pablo noto el sonrojo de las mejillas de Lucia, fue
esa la señal la que hiciera que se atreviese a jurarle amor eterno.
Nadie
abría la puerta. La casa que habitaba Lucia, perteneciente a sus tíos quien le
daban cobijo, debido a que sus padres habían muerto años atrás en una crecida
del Rio. La vivienda yacía solitaria.
Las
calles del Pueblo solo eran transitadas por algunos perros que iban de un lado
a otro. Pablo se sentía muy solo sin la presencia de la mujer, a quien le
extrañaba por qué no se encontraba en su hogar.
Horas
antes, habían tenido una discusión sobre la planeación de la boda. No era en si
la organización del evento, sino la selección de invitados, donde Lucia le hacía
hincapié a Pablo que deberían de invitar a Roberto, un viejo amor de su
adolescencia. Pablo se mostraba renuente por celos machistas, enmarcado con un
poco de orgullo de evocar, quien sería el hombre de la casa a partir de que su
novia había aceptado contraer matrimonio.
Se
sentó en el pórtico de la vivienda encendiendo un cigarrillo. Pasaron los
minutos que se le hicieron una eternidad. Observando a los perros que pasaban
de un lugar a otro en la calle, uno de ellos, un Pastor Alemán Blanco se sentó
junto a él por el largo rato que espero a su prometida.
Después
de una hora, una silueta se dejó ver al fondo de la calle. El caminar de un
individuo se perdía entre las sombras que no iluminaban las farolas.
Acercándose poco a poco, Pablo opto por encender un cigarrillo más, mientras la
silueta se acercaba. Fue hasta que el individuo se encontraba a no más de 15
metros, cuando se dio cuenta de quién era. Se trataba de aquel hombre que le
provocaba los celos para con su amada, Roberto.
Se
levantó inmediatamente saliéndole al paso. Con voz enérgica, sin haber tenido
ningún problema con Roberto antes, lo encaro.
-
¿Qué chingados estás haciendo aquí?
-
Vengo a presentar mis respetos.
-
¿Cuáles pinches respectos cabron?
Pablo
le propino un golpe en la mandíbula. Roberto doblo sus piernas cayendo al suelo
sin poder responder la agresión. Al verlo ahí, indefenso, Pablo se preparó para
darle una patada en la cabeza cuando el Pastor Alemán lo alcanzo a morder en su
pierna, logrando perder este el equilibrio cayendo también al suelo. De pronto,
las farolas de la calle empezaron a parpadear como si hubiese una falla eléctrica
en la zona. A Pablo se le hizo raro manteniéndose en el suelo, hasta que se
apagaron por completo.
Solo
la luz de la luna iluminaba la calle. Pablo alcanzo a mirar al Pastor Alemán
quien permanecía sentado a pocos metros y lo miraba fijamente. Fue en ese
instante, que pedro sintió una paz en su entorno. El perro se le comenzó a
acercar, hasta lamerle el rostro. Extrañamente, el perro siguió su caminar y
acaricio también el rostro de Roberto, quien apenas se recuperaba del golpe.
Mientras observaba Pablo la escena, el perro comenzó a retirarse a paso medio,
perdiéndose en la oscuridad, que en ese instante se hacía presente, porque una
capa de nubes tapaba la luz de la Luna.
Lucia
se había ahorcado esa noche, sus familiares la habían llevado urgentemente con
el medico del Pueblo, donde todos los vecinos se encontraban esperando
respuesta de sus condiciones. Había muerto. En su vientre, yacía el hijo de
Roberto.
...
Roberto
camina a casa de Lucia. Triste, cabizbajo; se dirige a dar sus respetos. Un aviso
a la puerta de su casa mientras cenaba lo insto a levantarse. Una mujer, de
algunos 40 años, le llamo solo para avisarle que Lucia se había suicidado.
Mientras
caminaba por la calle Aldama, no daba crédito del porqué del actuar de Lucia,
el tan solo se había acostado con ella un par de meses atrás, como recuerdo de
su viejo noviazgo. Fumaba un cigarrillo el cual no fue de su total agrado,
tirándolo sobre la calle a medio usar.
Mientras
tanto en el bosque, una camioneta surca a gran velocidad entre la terracería.
Se dirige camino al Pueblo. Se trata de la camioneta de José, una Ford 150
modelo 85. A lo lejos, su andar solo se distingue por el fuerte zumbido del
motor un poco ahogado por el sonido de la hojalatería, que está a punto de caer
a tanto traqueteo.
-
Dele despacito Mijo.
-
No Doña, mi huerco ya está a punto de nacer, mi chaparra se me va. ¿Que no
entiende?
José
había ido por una partera a la campiña del Pueblo, el Médico de cabecera cuando
fue a su búsqueda, no se encontraba, le habían llamado de urgencia por una
ahorcada.
La
Ford 150 era un vehículo viejo y no contaba con luces, la blancura del camino
empedrado, resaltaba aún más en la oscura noche por el resplandor de la Luna.
Ello fue lo que llevo a José a tener la confianza suficiente para llegar a su
hogar, donde su mujer convalecía con un fuerte sangrado mientras entraba en
labor de parto.
La
entrada del pueblo ya estaba a su paso, ello no provoco que aminorara la
velocidad, al contrario, acelero más la Ford con la seguridad que le brindaba
la luz de las farolas.
-
Ya vamos a llegar, dele despacito Mijo.
José
conducía como si estuviera solo. Lo único que mantenía su mente era su esposa y
que todo saliera bien para con su hijo.
Sobre
la calle Aldama, un perro quien iba caminando a paso medio, se detuvo a oler un
cigarrillo que yacía a punto de acabarse. José, no lo alcanzo a mirar de lejos,
volteando repentinamente el volante al darse cuenta que lo atropellaría. La
estrecha calle lo hizo impactarse contra un poste provocando la volcadura de la
camioneta.
La
partera yacía muerta. El poste de la cabina se le había enterrado en el cráneo
en el impacto. José, recuperándose del ajetreo de la volcadura, trataba
desesperadamente que reaccionara la mujer, su esposa podría morir desangrada y
su hijo estaba por nacer.
Cojeando,
camino a duras penas las pocas casas que le quedaban para llegar a su hogar.
Las farolas comenzaron a parpadear cuando ya enfrente de la vivienda, un
tronido fuerte en la rodilla izquierda hizo que callera al suelo. Las nubes
cubrieron el resplandor de la Luna.
-
¡SOLEDAD!
José
llamo a su esposa. Desesperado al no escuchar nada al interior del hogar, e
imposibilitado de moverse, sabía que había llegado el fin de sus seres
queridos.
-
¡SOLEDAAAAAD!
José,
con un nudo en la garganta, comenzó a llorar. De pronto, el llanto de un bebe
se escuchó al interior de la vivienda, seguido del grito de su mujer, Soledad.
-
¡JOSEEEE! Ven a ver a tu huerco. ¡Si vieras que chulo salió!
José,
ahora convertido el llanto en alegría, se arrastraba al interior de su vivienda
para juntarse con su familia.